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Por Carlos A. Page – Foto: Liniers y Ana Perichon

Santiago de Liniers era un militar viudo, que por sus glorias llegó a ser virrey; Ana de Perichon Vandeuil, la “amante”. Un calificativo despectivo para la época, aunque el más suave. Peor aún los que la llamaban con más envidia: “La Perichona”, en analogía a la popular amante del virrey peruano.
Ella era la joven hermana menor de Juan Bautista, casado con María del Carmen, la hija mayor del segundo matrimonio de Liniers. Llegó al Río de la Plata en 1797, con su esposo irlandés Thomas O´Gorman, sus padres y hermanos.
Nacida hacia 1775 se había casado en 1792, pero su matrimonio no andaba bien, aunque tuvieron dos hijos. El irlandés había desertado del ejército de su país y se dedicaba al contrabando estafando a las personas. De tal suerte que en 1805 viajó a Europa y regresó con un espía inglés, a quien la malicia popular también lo ubicó como amante de su esposa. Al año siguiente y con la invasión a Buenos Aires se acomodó con Beresford en un cargo de recaudador, pero con la capitulación lo dejó plantado y se fugó a Brasil con el dinero.
De tal modo que la joven Anita no la pasaba de lo mejor y en plena contienda porteña, cuenta Groussac que, al avanzar el viudo Liniers al frente de su columna, el 12 de agosto de 1806, al llegar a su casa, Anita le arrojó al victorioso militar desde el balcón, un pañuelo perfumado. El mareado cincuentón lo recogió con la punta de su espada y respondió el saludo con un marcial movimiento. Ella tenía 30 años, y aparentemente allí comenzaría el romance. que obviamente en la sociedad que les tocó vivir no solo estaba muy mal visto, sino que pronto la rotularían con los más infames epítomes, pues “Perricholi” (españolizado en “Perichona”), como la llamaba el virrey del Perú a su amante, era en catalán “perra chola”. Pero también había envidia, pues era una mujer muy bonita y elegante a quien Liniers llamaba cariñosamente “la petaquita”, por su estatura menuda. Mientras que los enemigos de Liniers también aprovechaban para desprestigiarlo, como lo hizo Martín de Álzaga, nada menos que ante el gobierno español. Y los historiadores se hicieron eco y transformaron en creíbles las calumnias.
Aunque se ha comprobado que en realidad, Anita era una espía inglesa a favor de la independencia y en contra del colonialismo español, además de haber refugiado a muchos de los futuros patriotas. De hecho en su casa se celebraban tertulias donde asistía, aparte de Liniers, el espía inglés llamado Burke, el norteamericano William Porter White y entre otros, Juan Martín de Pueyrredón y Juan José Castelli, justamente uno de los verdugos de Liniers en el Monte de los Papagayos.
El romance no duró mucho, él era un hombre muy ocupado en sus ideales y ella fue denunciada por trabajar a favor de la Independencia, por el propio Burke, y el mismo Liniers tuvo que desterrarla. Mujer de armas llevar, se afincó en Río de Janeiro, cuya casa se convirtió en refugio de los exiliados que conspiraban abiertamente contra la corona española. Finalmente la Primera Junta le concedió autorización para radicarse en Buenos Aires, donde vivió en su quinta dedicada a la educación de sus dos hijos varones: Tomás y Adolfo.
Pasaron los años, que fueron muchos para ella. Llegó el gobierno de Rivadavia y se sintió a gusto ante la apertura del ingreso de extranjeros, muchos de ellos franceses. Mejor aún con Rosas con quien se relacionaron sus hijos y ella volvió al mundo de la «haute société». Sin embargo la gente rencorosa, la tildaba ahora como “esa, la querida del virrey”, oh…  “allá va la vieja que fue amante del virrey”.
Anita falleció el primer día de diciembre de 1847 a los 72 años, siendo sepultada en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires. Hoy no se sabe dónde están ubicados sus restos y nadie la recuerda como una de las mujeres que más contribuyó a la Independencia argentina. Prevaleció en la memoria colectiva la malicia lenguaraz de viboreznas figuras.

Carlos A. Page

El autor es arquitecto y doctor en historia, investigador del CONICET y profesor de posgrado en las universidades nacionales de Misiones y Buenos Aires. Miembro de grupos de investigación en Francia, Portugal y Brasil, realizó estudios posdoctorales en España e Italia. Publicó 30 libros y más de 200 artículos en revistas científicas y de divulgación en Estados Unidos, América Latina y Europa. Entre sus obras se destaca El Camino de las Estancias. Las estancias jesuíticas y la Manzana de la Compañía de Jesús Córdoba.


Nueva edición del libro «El Camino de las Estancias»

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El libro es una edición mejorada de la primera de 2000, aparecida luego que las estancias jesuíticas y la manzana de la universidad fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. Es un resumen actualizado, del dossier presentado a la UNESCO, que detalla la trayectoria histórica del patrimonio arquitectónico legado por los jesuitas en el siglo XVIII. Se inicia con una reseña sobre los cuatro siglos de la Compañía de Jesús en Córdoba y el significado de su accionar educativo y misional. Continúa con un detallado discurrir sobre el edificio que fue la primera universidad argentina, junto a su convictorio o edificio destinado al albergue y estudio de un grupo de sus alumnos. Finalmente se resume no solo las circunstancias históricas de cada una de las estancias hasta sus últimas intervenciones arquitectónicas, sino además sus protagonistas, junto con los elementos que tuvieron en común, como la vida cotidiana y los emprendimientos agrícola-ganaderos.

Más info en http://www.carlospage.com.ar/

La “amante” del virrey francés

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