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Por Carlos A. Page

Con todas sus inmensas virtudes, la que reafirma la condición política, fue su devoción por la “lealtad”. Era un militar francés al servicio de España, quien preparando una vida de descanso, junto a su familia en Alta Gracia, debió responder al llamado de la contrarrevolución que él mismo organizó. Y eso le costó su fusilamiento en el Monte de los Papagayos, el 26 de agosto de 1810, siendo sus verdugos Juan José Castelli y Nicolás Rodríguez Peña. Lo acompañaron en su desgracia cuatro seguidores, funcionarios virreinales, cuyos cadáveres fueron llevados en carretilla hasta Cruz Alta (Córdoba), distante unos 20 kilómetros. En las inmediaciones de su capilla, cavaron una fosa común, donde fueron depositados para permanecer allí por más de medio siglo.

El presidente Derqui, sobrino nieto de una de las víctimas, mandó exhumar los restos para darles cristiana sepultura. Pues no se sabía bien dónde estaban y se acudió al anciano Pascual Almirón quien aparentemente había sido testigo de aquel dramático suceso. Los mezclados huesos se redujeron a cenizas y se colocaron en una urna de caoba, sellada y lacrada que se trasladó a Paraná. En su catedral esperaba el presidente Derqui y sus ministros en solemne actitud, para llevar la cajita de madera al cementerio, al templete de la familia Rams y Rubert, donde descansaba la primera esposa de Liniers. La Corona española agradeció el gesto y comisionó a su cónsul que tramitara la expatriación de los restos ante el presidente Mitre. Pero la única hija de Liniers que vivía en Buenos Aires se opuso, no así los que vivían en Europa.

 

Luego de una corta disputa, la cajita partió de Paraná a Montevideo en el vapor “Dolorcitos” y de allí en el bergantín de la Real Armada “Gravina”. Fondearon Cádiz el 20 de mayo de 1864 y el 10 de junio, el destacamento de Cádiz de la Capitanía General de Marina, rindió los honores fúnebres, comenzando con la media asta de todas las naves que se encontraban en el puerto. A continuación, los restos se trasladaron a una falúa cubierta por dentro con telas negras, en medio de una salva de once cañonazos que dispuso el alto mando. Al llegar al muelle se celebró un solemne responso con honores, presididos por el conde de Bustillo. Luego la urna se depositó en la capilla del Colegio Naval, donde se efectuaron las exequias de los difuntos en medio de los acordes de la “Marcha Real” y la “Llamada de Infantes”.

Por ese tiempo se construía en las inmediaciones de Cádiz el Panteón de Marinos Ilustres, un monumental edificio mandado a levantar por Carlos III, pero con evidentes demoras. Junto a él se formó la pequeña población militar de San Carlos y finalmente Isabel II de Borbón hizo continuar las obras, inauguradas en 1869, aunque la totalidad del magnífico edificio recién se concluyó en 1958.

Entre casi medio centenar de mausoleos allí depositados, y antes de su techado total, se levantó el monumento de Liniers y quienes lo acompañaban en aquella cajita, uno de ellos Gutiérrez de la Concha, quien había sido gobernador intendente de Córdoba.

El monumento, costeado por sus descendientes, llegó de Italia en abril de 1864, pero como el panteón no estaba concluido, los 20 cajones con los mármoles tallados, se llevaron a un depósito. Finalmente se ubicó en la nave lateral derecha de la inmensa iglesia fúnebre que hoy brilla junto a los héroes de la armada real española, la más antigua del mundo en actividad.

Inciso en el mármol del basamento se lee en el frente: “Aquí reposan las cenizas/ del Exmo. S. D. Santiago de Liniers/ Jefe de Escuadra Virrey que fue/ de Buenos Aires,/ y del S. D. Juan Gutiérrez de la Concha/ Brigadier de la Armada/ y Gobernador Intendente de la/ Provincia de Córdoba del Tucumán”. Y en la parte posterior: “Vencedores juntos/ en la gloriosa reconquista y defensa/ de Buenos Aires (1806-1807)/ dieron también juntos la vida/ por España el 26 de agosto de 1810/ Sus respectivos hijos/ le dedican este monumento en/ 1863”

Carlos A. Page

El autor es arquitecto y doctor en historia, investigador del CONICET y profesor de posgrado en las universidades nacionales de Misiones y Buenos Aires. Miembro de grupos de investigación en Francia, Portugal y Brasil, realizó estudios posdoctorales en España e Italia. Publicó 30 libros y más de 200 artículos en revistas científicas y de divulgación en Estados Unidos, América Latina y Europa. Entre sus obras se destaca El Camino de las Estancias. Las estancias jesuíticas y la Manzana de la Compañía de Jesús Córdoba.


Nueva edición del libro «El Camino de las Estancias»

SMLXL

El libro es una edición mejorada de la primera de 2000, aparecida luego que las estancias jesuíticas y la manzana de la universidad fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. Es un resumen actualizado, del dossier presentado a la UNESCO, que detalla la trayectoria histórica del patrimonio arquitectónico legado por los jesuitas en el siglo XVIII. Se inicia con una reseña sobre los cuatro siglos de la Compañía de Jesús en Córdoba y el significado de su accionar educativo y misional. Continúa con un detallado discurrir sobre el edificio que fue la primera universidad argentina, junto a su convictorio o edificio destinado al albergue y estudio de un grupo de sus alumnos. Finalmente se resume no solo las circunstancias históricas de cada una de las estancias hasta sus últimas intervenciones arquitectónicas, sino además sus protagonistas, junto con los elementos que tuvieron en común, como la vida cotidiana y los emprendimientos agrícola-ganaderos.

Más info en http://www.carlospage.com.ar/

¿Y… dónde está Liniers?

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